Testimonio de Sebastián

Soy Sebastián Cuattromo, tengo 46 años y fuí víctima del delito de abuso sexual a los 13.

Los abusos sexuales que padecí ocurrieron en los años 1989 y 1990 en el Colegio Marianista del barrio de Caballito de la Ciudad de Buenos Aires donde asistía como alumno, siendo mi agresor un docente y religioso católico de esa institución llamado Fernando Enrique Picciochi, quien en esa escuela también abusó sexualmente de otros niños.

Durante 10 años no pude poner en palabras lo sucedido, sobrellevando mi adolescencia con un sentimiento de profunda soledad, aislamiento y vergüenza. Y al evocar los múltiples padecimientos de esa etapa de mi vida, siento que lo que sobresale es el recuerdo de una dolorosa actitud de retraimiento, de una fuerte inhibición a la hora de desarrollar relaciones afectivas, que no fue advertida por ninguno de los/as adultos/as que estaban a mi alrededor, tanto a nivel familiar como escolar, y que no contó con ningún contexto que me hiciera sentir que podía expresar esa herida. Trauma que padecí contemporáneamente al bochornoso comportamiento colectivo adulto en torno a los abusos sexuales perpetrados por el famoso entrenador “Bambino” Veira en perjuicio de un niño de mi misma edad en aquella época, situación que fuera objeto de escandalosas banalizaciones en los medios de comunicación y en las tribunas de las canchas de fútbol a las que yo asistía por ser un niño futbolero.

A mis 23 años pude comenzar a hablar acerca de los abusos; y tuve la suerte de que mi primer interlocutor escuchara mi dolor con atención, empatía y respeto, actitud que posibilitó que naciera en mí una firme convicción de que lo que había sufrido era un delito y que tenía que buscar justicia y reparación por lo sucedido.

Así fue como en Junio de 2000 presenté una denuncia penal contra mi agresor, en compañía de otra de sus víctimas de aquel Colegio Marianista, en el ámbito de la Justicia Nacional con sede en la ciudad de Buenos Aires.

A pesar de realizar la denuncia 10 años después de ocurridos los abusos, los hechos, legalmente, no habían prescripto. Así comenzó una descomunal odisea personal que me significó 12 largos años de una dura y solitaria pelea como víctima y querellante en esta causa penal, debido a que mi abusador estuvo prófugo de la Justicia durante años (en los que se cometieron groseros errores institucionales en su proceso de búsqueda, y que sólo salieron a la luz y fueron rectificados debido a una decidida acción e implicancia mía). Hasta que finalmente en 2012 tuvo lugar un memorable y muy emotivo juicio oral y público en la ciudad de Buenos Aires que culminó con la condena a doce años de cárcel del ahora ex hermano marianista Fernando Enrique Picciochi por el delito de “corrupción de menores calificada, reiterada”.

A su vez, a lo largo de esta búsqueda de justicia también logré que el Colegio Marianista tuviera que asumir su responsabilidad civil por este delito; conquista por la que luché duramente contra una inaceptable pretensión de silenciamiento de lo sucedido que quería imponerme la Congregación de los Hermanos Marianistas, actitud que contara con un lamentable aval por parte de la jerarquía católica de la Ciudad de Buenos Aires en el año 2002, cuando era encabezada por el entonces Cardenal Jorge Bergoglio.

Siempre soñé que esta larga búsqueda de justicia tuviera un sentido de aporte colectivo y en el año 2012, en ocasión del juicio oral contra mi abusador, comencé a hacer pública mi historia, a través de entrevistas con diversos medios periodísticos, para brindar un testimonio en defensa de la infancia ante esta injusticia.

Así fue como muchos/as sobrevivientes adultos/as de este delito y protectores de niños y niñas víctimas en el presente comenzaron a contactarse conmigo para compartir sus historias y sus ganas de actuar en defensa de la infancia, contexto en el que tuve la dicha de conocer a Silvia Piceda, que también venía de hacer pública su extraordinaria historia de lucha como mamá protectora, con quien creamos la asociación civil “Adultxs por los Derechos de la Infancia” y nos enamoramos, siendo pareja y familia desde hace años.

En este presente del 2021 es una gran alegría compartir esta injusticia de mi infancia desde una realidad adulta donde no estoy solo, y en la que junto con mis compañeros/as de “Adultxs” estamos cumpliendo con la inexcusable obligación adulta de defender a la infancia frente a este delito, llevando adelante permanentes acciones de visibilización pública y trabajando cotidianamente en la construcción de una red colectiva y solidaria en toda la Argentina, con la esperanzada convicción de que “para criar a un niño/a hace falta una aldea”.

 

 

Entrevista a Sebastián 

Conoce la extraordinaria lucha en búsqueda de reparación y justicia de Sebastian, aquí.